Si mal no recuerdo, fue allá por 1991, los famosos vientos de octubre ya se hacían sentir, y con ellos, esa nostalgia muchas veces inexplicable que nos llega de golpe. Regresaba del colegio con mi mochila en la espalda y mi tubo de metal para proteger mis trabajos de dibujo, cansado y con la mente puesta en los exámenes finales, repunté al pasaje 20 como a eso de las 4:30 de la tarde, mi casa que estaba al final, tenía unas gradas exteriores; sobre ellas, pude ver desde lejos como un par de “patas secas” salían de la puerta principal, rápidamente pensé que seguro eran de alguno de los niños vecinos. A medida me acercaba noté que no reconocía al niño sentado en la puerta de mi casa. Llegué a las gradas y en el penúltimo peldaño había una caja de madera de esas del mercado, comencé a subir y el susodicho ni se movió; un par de yinas gastadas calzaban sus pies sucios y sus piernas “chorreadas” hablaban por él; al subir puede ver que el contenido de la caja, eran unas 50 verduras, entre tomates, chile verde, cebollas, papas y huisquiles bien ordenaditos, “A chis” pensé, y con la puerta obstruida por la caja le dije “Que paso chamaco”, el niño de unos nueve años, sin volverme a ver me contestó “Buenas tardes” mientras veía fijamente la televisión y se hacía a un lado para que yo pudiera pasar, continuó viendo fijamente la pantalla con mis hermanos que estaban en el sofá de la sala, busqué a la Comandante Silvia para preguntarle sobre el niño y me dijo que él había tocado la puerta ofreciendo verduras. “Mira la caja que anda cargando este cipote” me dijo Mi Mamá, “Ya le compre unas papas porque son las que más pesan”. El niño le preguntó a mi Mamá si podía ver la televisión un rato, ella le dio permiso y fue así como el niño se sentó bajo el marco de la puerta de la sala con su venta al lado. Faltando unos minutos para las 6 de la tarde, el niño preguntó la hora, y al conocerla se asustó, “Ya es tarde” dijo, “Muchas gracias Señora” alcancé a oír y se fue; el evento no pasó a más.
Como a los dos días apareció nuevamente el niño con la misma caja llena de verduras, esta vez ya estaba yo en la casa cuando tocaron la puerta, pregunté quién era y sonó la voz del niño diciendo “Va querer verduras”, “Ha, espérame” le dije, y fui a buscar a mi Mamá, quien salió y le compró algo, una vez hecho el negocio que era lo primero que él tenía que hacer preguntó “¿Señora, me deja ver un ratito la televisión?” y mi Mamá le dijo que sí, el niño se sentó sin decir nada miró lo que mis hermanos y yo estábamos viendo, sin protestar, sin opinar, sin decir nada; hasta que preguntó la hora, “5:30” le dijo mi hermano, el niño se quedó como calculando y quizá tenía un poco más de tiempo porque no se movió, pero al ratito dijo “Ya me voy, muchas gracias” y se fue, como la vez anterior, el evento del niño no pasó a más.
Esta vez pasó como una semana, hasta que el niño volvió a tocar la puerta, para entonces ya habíamos comentado que tenía días de no llegar, nuevamente toco la puerta para ofrecer sus verduras, mi Mamá le abrió la puerta y le compró nuevamente lo que ofrecía, el niño volvió a preguntar si podía ver un rato la televisión y mi Mamá le dio permiso, pero esta vez nos pidió un favor, “¿Me podrían avisar por favor cuando sean las 5:30?” dijo, mi Mamá se extrañó y le dijo que si, eran en ese momento las 4:30 de la tarde, entonces mi Mamá se sentó para interrogarlo, y le dijo “Bueno, y que te habías hecho cipote, ¿porque ya no habías venido?” y el niño que con una gran inocencia le dijo “Es que mi papá me regañó porque llegue tarde las semana pasada y con la venta casi entera”, “¿y donde vivís?” le dijo mi Mamá, “Por el mercado la Tiendona” contestó el niño, “Y desde allá venís cargando esto?” pregunto mi Mamá, “Si”, le dijo el niño, “Es que tengo que ayudar a vender a mi Papá porque mi Mamá tendrá otro bebe”, Las respuestas del niño le dieron lástima a mi Mamá pues no menos de 5 kilómetros habían de la casa hasta el mercado, sacó un billete de 5 colones para comprarle más y le dijo, “Mira cipote, y porque no le ofreces a los vecinos, para que te compren tus verduras”, el niño se animó y fue a tocar el timbre de Doña Tita, quien le compró, y luego fue donde Doña Amanda, quien también le compró, el niño regresó a mi casa contento diciéndole a mi Mamá que le habían comprado, y que eso le alegraría a su Papá, “Queres unos frijolitos” le preguntó mi Mamá, y el niño Aceptó contento; con todo ese movimiento se dieron las 5:30 y el niño se fue rápidamente.
A partir de ese día, el niño llegaba todos los días al pasaje, donde ya todos los vecinos le compraban sus verduras, mi Mamá siempre le ofrecía algo de comida y ya se animaba a comentar algún programa de televisión; un día mi mamá le preguntó “Aja cipote, ¿ya nació tu hermanito?”, “No” contesto, “Ya le falta poco a mi mamá”, “Lo bueno es que ya solo este huevito le queda” recalcó, “¿Cómo decís?” le preguntó extrañada mi Mamá, “Si, es que mi Mamá dice que ella tenía 7 huevitos y que ya solo uno le queda, este será el último hermanito”, Mi Mamá se conmovió con la inocencia del niño mientras él seguía contándole sobre sus 6 hermanos con toda la franqueza y la seriedad del caso. Así pasaban los días y el niño seguía llegando con su pesada carga a vender sus verduras, a estas alturas del cuento ya Doña Tita le ofrecía comida también, y es que a pesar de que el niño venía de un ambiente duro, no estaba maleado.
Un día se escucho una gran bulla en la entrada del pasaje, seguido de su peculiar grito de batalla “¡Va querer verduras!”, esta vez, traía su venta en una carreta, su rueda de metal bañada en cemento producía el ruido que también lo anunciaba, la escena aun la recuerdo con tristeza, pues al niño se le veía muy feliz al entrar al pasaje, porque él sabía que todos le compraban sus verduras y también se le ofrecía comida y televisión, pero si bien es cierto la carreta evitaba que la caja de madera fuera sobre su espalda, ésta tenía más espacio y por lo tanto la carga había aumentado, sin embargo al niño parecía no importarle. En una de esas tardes cuando ya se hacía noche mi Mamá le dijo “Cipote, ya es tarde, andate no te vayan a regañar, te puede salir el Cipitío en la línea del tren”, y el niño contestó “No señora, el Cipitío no asusta yo ya lo he visto”, entonces mi Mamá se sorprendió y le dijo “Como es eso que ya lo viste”, si le dijo “En la tele sale diciendo ¡Abuelo Tlaloc!, ¡Abuelo Tlaloc!”, Mi Mamá se puso a reír pues el niño le había salido a delante.
Hoy en día aún recordamos con tristeza esas palabras de aquel niño, su inocencia a flor de piel mezclada con la escena de esa carreta llena de verduras que le tocaba empujar todos los días desde el mercado hasta la casa llenaba de tristeza a todos en el pasaje.
Lamentablemente no recuerdo el nombre del niño, quien por las mañanas estudiaba en la “Escuela Diocesana Unificada Don Bosco”, dedicada a los niños de las vendedoras del mercado la Tiendona, y por las tardes después de hacer sus tareas salía a vender sus verduras para ayudar a su familia mientras otros niños aprovechaban los vientos de octubre para "encumbrar" sus piscuchas. Aquel niño con sus piernas secas, dejo de llegar un día al pasaje 20, y se le extrañó mucho; aún nos conmueve su inocencia, pienso y espero, que aquel niño que estudió en una escuela humilde como también lo hizo este servidor, haya podido salir adelante con su familia y hoy en día sea un hombre de bien.
El recuerdo volvió gracias mi hermano con quien recordamos un día de estos la historia de ese niño y su voz inocente pero convincente diciendo ¡Abuelo Tlaloc!, ¡Abuelo Tlaloc!
Cesar Alfaro
Marzo 2010.
Como a los dos días apareció nuevamente el niño con la misma caja llena de verduras, esta vez ya estaba yo en la casa cuando tocaron la puerta, pregunté quién era y sonó la voz del niño diciendo “Va querer verduras”, “Ha, espérame” le dije, y fui a buscar a mi Mamá, quien salió y le compró algo, una vez hecho el negocio que era lo primero que él tenía que hacer preguntó “¿Señora, me deja ver un ratito la televisión?” y mi Mamá le dijo que sí, el niño se sentó sin decir nada miró lo que mis hermanos y yo estábamos viendo, sin protestar, sin opinar, sin decir nada; hasta que preguntó la hora, “5:30” le dijo mi hermano, el niño se quedó como calculando y quizá tenía un poco más de tiempo porque no se movió, pero al ratito dijo “Ya me voy, muchas gracias” y se fue, como la vez anterior, el evento del niño no pasó a más.
Esta vez pasó como una semana, hasta que el niño volvió a tocar la puerta, para entonces ya habíamos comentado que tenía días de no llegar, nuevamente toco la puerta para ofrecer sus verduras, mi Mamá le abrió la puerta y le compró nuevamente lo que ofrecía, el niño volvió a preguntar si podía ver un rato la televisión y mi Mamá le dio permiso, pero esta vez nos pidió un favor, “¿Me podrían avisar por favor cuando sean las 5:30?” dijo, mi Mamá se extrañó y le dijo que si, eran en ese momento las 4:30 de la tarde, entonces mi Mamá se sentó para interrogarlo, y le dijo “Bueno, y que te habías hecho cipote, ¿porque ya no habías venido?” y el niño que con una gran inocencia le dijo “Es que mi papá me regañó porque llegue tarde las semana pasada y con la venta casi entera”, “¿y donde vivís?” le dijo mi Mamá, “Por el mercado la Tiendona” contestó el niño, “Y desde allá venís cargando esto?” pregunto mi Mamá, “Si”, le dijo el niño, “Es que tengo que ayudar a vender a mi Papá porque mi Mamá tendrá otro bebe”, Las respuestas del niño le dieron lástima a mi Mamá pues no menos de 5 kilómetros habían de la casa hasta el mercado, sacó un billete de 5 colones para comprarle más y le dijo, “Mira cipote, y porque no le ofreces a los vecinos, para que te compren tus verduras”, el niño se animó y fue a tocar el timbre de Doña Tita, quien le compró, y luego fue donde Doña Amanda, quien también le compró, el niño regresó a mi casa contento diciéndole a mi Mamá que le habían comprado, y que eso le alegraría a su Papá, “Queres unos frijolitos” le preguntó mi Mamá, y el niño Aceptó contento; con todo ese movimiento se dieron las 5:30 y el niño se fue rápidamente.
A partir de ese día, el niño llegaba todos los días al pasaje, donde ya todos los vecinos le compraban sus verduras, mi Mamá siempre le ofrecía algo de comida y ya se animaba a comentar algún programa de televisión; un día mi mamá le preguntó “Aja cipote, ¿ya nació tu hermanito?”, “No” contesto, “Ya le falta poco a mi mamá”, “Lo bueno es que ya solo este huevito le queda” recalcó, “¿Cómo decís?” le preguntó extrañada mi Mamá, “Si, es que mi Mamá dice que ella tenía 7 huevitos y que ya solo uno le queda, este será el último hermanito”, Mi Mamá se conmovió con la inocencia del niño mientras él seguía contándole sobre sus 6 hermanos con toda la franqueza y la seriedad del caso. Así pasaban los días y el niño seguía llegando con su pesada carga a vender sus verduras, a estas alturas del cuento ya Doña Tita le ofrecía comida también, y es que a pesar de que el niño venía de un ambiente duro, no estaba maleado.
Un día se escucho una gran bulla en la entrada del pasaje, seguido de su peculiar grito de batalla “¡Va querer verduras!”, esta vez, traía su venta en una carreta, su rueda de metal bañada en cemento producía el ruido que también lo anunciaba, la escena aun la recuerdo con tristeza, pues al niño se le veía muy feliz al entrar al pasaje, porque él sabía que todos le compraban sus verduras y también se le ofrecía comida y televisión, pero si bien es cierto la carreta evitaba que la caja de madera fuera sobre su espalda, ésta tenía más espacio y por lo tanto la carga había aumentado, sin embargo al niño parecía no importarle. En una de esas tardes cuando ya se hacía noche mi Mamá le dijo “Cipote, ya es tarde, andate no te vayan a regañar, te puede salir el Cipitío en la línea del tren”, y el niño contestó “No señora, el Cipitío no asusta yo ya lo he visto”, entonces mi Mamá se sorprendió y le dijo “Como es eso que ya lo viste”, si le dijo “En la tele sale diciendo ¡Abuelo Tlaloc!, ¡Abuelo Tlaloc!”, Mi Mamá se puso a reír pues el niño le había salido a delante.
Hoy en día aún recordamos con tristeza esas palabras de aquel niño, su inocencia a flor de piel mezclada con la escena de esa carreta llena de verduras que le tocaba empujar todos los días desde el mercado hasta la casa llenaba de tristeza a todos en el pasaje.
Lamentablemente no recuerdo el nombre del niño, quien por las mañanas estudiaba en la “Escuela Diocesana Unificada Don Bosco”, dedicada a los niños de las vendedoras del mercado la Tiendona, y por las tardes después de hacer sus tareas salía a vender sus verduras para ayudar a su familia mientras otros niños aprovechaban los vientos de octubre para "encumbrar" sus piscuchas. Aquel niño con sus piernas secas, dejo de llegar un día al pasaje 20, y se le extrañó mucho; aún nos conmueve su inocencia, pienso y espero, que aquel niño que estudió en una escuela humilde como también lo hizo este servidor, haya podido salir adelante con su familia y hoy en día sea un hombre de bien.
El recuerdo volvió gracias mi hermano con quien recordamos un día de estos la historia de ese niño y su voz inocente pero convincente diciendo ¡Abuelo Tlaloc!, ¡Abuelo Tlaloc!
Cesar Alfaro
Marzo 2010.
2 comentarios:
Te felicito de verdad es muy conmovedora la historia pero sobre todo porque me atrapaste dentro de la historia ya que me trajo muchos recuerdos y a la ves me recuerda historias que tuve la suerte de experimentar cuando estaba en La Prensa Grafica y que de alguna manera te tocan el corazon.
Te doy gracias por recordarme lo bonito de mi infancia y las bendiciones que Dios nos da siempre. Me alegro que tengas estos dones de escribir y te animo a que lo sigas cultivando no lo deseches que es muy bueno.
FELICIDADES
Gracias Richard!!
Sin duda recordar es una gran experiencia, y es tan fácil!
Que tiempos de infancia no? Sin duda la amistad de amigos como tú en ese entonces enmarcó muchos buenos momentos que ahora es grato recordar.
Gracias por tus palabras Richard! y por ser parte tú y tu linda familia de esos años y los que nos faltan.
Cesar Alfaro.
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