Cuando comencé a hilvanar esta historia, se me vino a la mente aquella frase de muchos conocidos: “Gracias a Dios es viernes”, y es que estoy seguro, que hoy en día, es el lema que muchos tenemos intrínsecamente y sin pensarlo; cuando después de una larga semana llegamos al viernes; y claro, seguro y pensamos en un merecido fin de semana para descansar un poco, y dedicar tiempo a la familia; sin duda puedo decir que siempre espero el viernes con ansias.

Creo que en la mayoría de las etapas de mi vida, el viernes fue el día más esperado; Y digo en la mayoría, porque allá por 1983, cuando estudiaba tercer grado en el Colegio Don Bosco, no era el viernes el día esperado, era el domingo.

En ese entonces, la Comandante trabajaba en el Hospital de niños Benjamín Bloom, y su jornada de trabajo era los fines de semana; los sábados de 7 a.m. a 7 p.m. y los domingos desde las 8 a.m. hasta el lunes a las 8 a.m.; con este horario, mi Mamá trabajaba todo el fin de semana y tenía los días de semana libres; algo muy conveniente para mis hermanos y yo, porque así podía llevarnos al parque infantil por las tardes después del colegio. Así pues, la ardua tarea de ver por mis dos hermanos y yo el fin de semana era de mi Papá; y quizá, quienes aún no tienen hijos pensarán que no era mucho problema “liriar” con tres “monos”, pero, véanlo así: Mis hermanos cinco y siete años, y yo, nueve “pinches” años; y por supuesto, a esa edad no molestábamos, ¡Jodíamos!, y mucho.

En esos días, mi Papá trabajaba en INPEP, y como su oficina estaba cerca del parque, nos salía muy bien irlo a esperar por las tardes con mis hermanos y mi Mamá. A eso de las cinco de la tarde, íbamos llegando al edificio de dos plantas en el que trabajaba mi Papa; En la entrada, con aparente seriedad, ya hacia un tipo delgado, moreno, alto, con lentes “RayBan” de esos que venden en el parque Hula-Hula, el tipo que parecía un “chucho de finca” seco, seco, “pelaba” los dientes al vernos llegar, siempre nos recibió con una gran sonrisa; el impresionante revolver en su cinturón y un chaleco con municiones dejaban más que claro que el tipo era el vigilante del lugar. Este personaje cuyo nombre no recuerdo, nos hizo la misma pregunta por años: “Aja campeón, ¿Que canción me vas a cantar?”, yo ponía esa cara de “hostigue” que me sale fácil y siempre me le “zafaba”. Mis hermanos no se detenían a contestar preguntas y subían por las gradas hasta el segundo piso del edificio donde se encontraba mi Papá.

Lo “Chivo” de llegar a la oficina de mi papá era abrirle las gavetas del escritorio, ahí encontrábamos de todo para jugar; claro, piensen como niños, ahí habían plumas finas, marcadores, correctores, tirro, clips, papel, etc., etc. suficiente para un niño. Mi Papá tenía que controlarnos porque no estaba solo claro está; luego venía el interrogatorio de todos sus compañeros donde volvía a surgir la pregunta “¿Y qué canción nos van a cantar?”; y ahí estábamos nosotros, con la típica risa de niño “ahuevado”, haciéndonos los “locos” para no cantar nada; Ese, era el mismo protocolo cada vez que llegábamos a su oficina, y era lógico; Mi Papá que canta desde su adolescencia siempre ha sido muy conocido, identificado por haber sido el cantante principal de la Orquesta Casino, el grupo de Lito Aranda y en ese entonces, cantante de los Hermanos Cárcamo en su nueva Dimensión; por esta razón, todo mundo nos pedía que cantáramos; y bueno, solo había que esperar unos años para que esto sucediera.

Como muchos sabrán, trabajar en la música implica sacrificio; Mi Papá, tenía su trabajo de oficina, de lunes a viernes, y el fin de semana, trabajaba cantando. Los viernes por la noche siempre tenía fiestas, llegaba el sábado por la madrugada, dormía un rato por la mañana y luego tenía que alistarse porque seguro tenía otra fiesta al medio día, y si no, con seguridad ese mismo sábado por la noche; en ese lapso de tiempo, nos quedábamos sin mi Mamá y mi Papá, al cuidado de mi tía “Ita”. Y es aquí donde se me hace nudo la garganta, al recordar la tristeza que yo sentía cuando lo veía partir los sábados por la tarde, era tanta la tristeza y el deseo porque mi Papá no se fuera que cada vez que lo veía alistándose, tomaba sus llaves sin que se diera cuenta, echaba doble llave a la puerta de la casa y me metía debajo de la cama, de donde siempre juraba que nada ni nadie me sacaría. Y ahí estaba mi Papá, con su inigualable modo gentil, pidiéndome que saliera o que en su defecto le entregara las llaves; por supuesto que de una manera u otra me lograba sacar, estoy seguro que en más de una ocasión lo hice llegar tarde, pero lógicamente, no asimilaba del todo su compromiso. Luego, mi Mamá llegaba a casa y eso era reconfortante, nos dormíamos temprano porque el siguiente día era domingo, y ese día sin duda, era el mejor día de la semana.

Nuestro itinerario era apretado para ese día; Mis hermanos y yo, estábamos ya listos a las 7:00 a.m. Mi Mamá se alistaba para una nueva jornada en el hospital y mi Papá al pie del cañón, con dos noches de desvelo y tres diablillos esperando. Frente a la casa, con carrocería celeste, techo y rines blancos, copas plateadas y dos luces en forma de cejas, esperaba a ser abordado, nuestro microbús Volkswagen año 79, compañero incondicional de mil aventuras, en el que todos aprendimos a manejar, con su inconfundible olor a “Chica Fresita” que nos acompañaba siempre, la radio del microbús era la original, la cabina tenía un pasillo que conectaba con la parte de pasajeros, que puedo decir de aquel confort con el que contaban esos microbuses, su potente motor de dos carburadores nos indicaba que era hora de irse.

El recorrido era casi siempre el mismo, salíamos de nuestra casa hasta el Hospital Bloom, donde minutos antes de las 8:00 a.m. estábamos dejando a mi Mamá en su turno de domingo. De ahí partíamos a la iglesia, donde pasábamos hasta las 10:30 de la mañana aproximadamente, y a partir de ahí comenzaba la aventura para nosotros. Por ley, nuestra primera escala era siempre un sorbete de chorro, que vendían sobre la calle del mercado San Miguelito, nuestro pedido era siempre el mismo: Cuatro sorbetes grandes de Chocolate, haaaa… que delicia, lo mejor de esto era que mi Papá siempre nos compraba otro si queríamos, mientras nos comíamos el sorbete, mi Papá buscaba en el periódico la cartelera de cine, que era nuestra siguiente parada; Lo difícil para mi Papá, era que teníamos un gusto muy marcado por las películas, ahí donde hubiese una de James Bond, ahí teníamos que ir, creo que no dejamos de ver ninguna película de esta zaga; también nos encantaba ver películas de Bud Spencer y Terence Hill como “Dos puños contra río”, en fin, la visita al cine era de lo mejor, por supuesto, no podían faltar las palomitas de maíz y las gaseosas. En más de una ocasión fuimos a ver películas que ya habíamos visto, mi Papá nunca dijo que no, siempre íbamos donde queríamos ir, siempre trato de complacernos en todo lo que podía. En el cine, hacía chiste de cada cosa que salía en la pantalla, nos tomaba en cuenta para todo, platicaba con nosotros como sus “cheros”; con él, nunca se escucho un “mire Papá”, era “Mira Papá”, y todo con respeto claro está.

Salíamos del cine rozando el medio día, con sorbete, churros y gaseosa en la panza y en la ropa, mi Papá buscaba siempre donde almorzar; y ahí íbamos buscando donde almorzar, en nuestro microbús, con 20 colones de gasolina “súper”, con los que podíamos ir al puerto y regresar sin problema. No sé cómo le hacía mi Papá, pero recorrimos todos los Pollos camperos en San Salvador, la casi extinta Pizza Boom, los Mac Donalds y que se yo tantos lugares más; almorzábamos lo que queríamos y esperábamos un rato para hacer la digestión, durante el almuerzo, platicábamos mucho y siempre sentimos como si estuviéramos con un “chero” platicando, y hablando del lugar que visitaríamos a continuación, teníamos toda la tarde para terminar de “retozar”. Nuestro lugar favorito el domingo por la tarde siempre fue “Los planes”, las patinetas y bicicletas eran también pasajeros del modelo 79, siempre andaban ahí, si no era en Los planes, el parque “Saburo Hirao” era nuestro otro destino en la lista.

Ya en Los Planes o en el Saburo Hirao, era cuestión de jugar lo más que se pudiera; el bullicio de los demás niños jugando, la adrenalina al máximo, un espacio abierto donde podíamos correr y sentirnos libres de la escuela, simplemente fabuloso. Mi Papá que siempre buscaba comerse una minuta, se sentaba en una banca viéndonos correr, limpiándonos el sudor, reconfortando a cualquiera de nosotros que de pronto llegara con un raspón en la rodilla, combatiendo el sueño y cansancio con la jalea de tamarindo, estaba mi Papá, con la sonrisa que siempre lo ha caracterizado, saludando a gente que lo reconocía, y presentando a sus tres hijos con orgullo.

Y cuando el cielo comenzaba a pintar de anaranjado, se comenzaban a escuchar frases como “bajate de ahí, ya nos vamos”, o “Anda la última vez que ya nos vamos”; A la salida de estos lugares, volvíamos a poner en aprietos el bolsillo de mi Papá, queriendo que nos comprara de todo lo que veíamos, aquellos artefactos que al hacerlos girar hacían un ruido singular, aviones de durapax, y cualquier chuchería y media que se nos antojara, eran tres voces diciendo “¡Comprame uno papá!”.

Ya cansados y agitados, con un diseño increíble en nuestra ropa, llenos de tierra y sudor, partíamos en nuestro microbús con destino al Hospital Bloom, nuestro objetivo, llegar a tiempo para estar con mi Mamá un rato, a la hora que ella podía salir a cenar, mi Papá pasaba comprándole algo de comer y llegábamos ya en la noche a buscarla. En el portón del hospital, otro personaje solo que sin lentes “RayBan” nos esperaba, con uniforme de vigilante y una macana como arma, Juan nos dejaba entrar a Daniel y a mí, para ir a buscar a mi Mamá, y allá íbamos, corriendo como animalitos sueltos, por ese hospital, entrabamos por emergencia, y llegábamos a la planta baja del antiguo edificio que se destruyó con el terremoto tres años después. Subíamos las gradas hasta el segundo nivel, pasando frente al banco de sangre, y entrabamos por bacteriología, hasta el laboratorio donde trabajaba mi Mamá, quien nos acompañaba hasta el parqueo donde mi Papá y Carlos esperaban platicando con Juan. Esos minutos junto a mis padres en ese parqueo eran únicos, era muy especial ver a mi Mamá después de un día increíble con mi Papá, aunque después, volvía la tristeza al ver a la comandante diciendo adiós, pues su turno llegaba hasta el siguiente día.

De regreso a casa, uno de nosotros se bajaba del “Micro” para ir a decirle a Don Ricardo, que por favor apartara su vehículo en el pasaje, para que nosotros pudiéramos entrar el microbus. Ya en la casa, una ducha nos esperaba, mi tía “Ita” ofrecía cena mientras nosotros nos apurábamos porque íbamos a ver “El auto fantástico”. Mi Papá, que había combatido el sueño todo el día se acostaba a ver televisión, y muchas veces, cuando ya estaba casi dormido, lo despertaba cayéndole de rodillas en el pecho diciéndole “¡No te estés durmiendo!”, sinceramente, no sé como hacía para no enojarse, me abrazaba y me decía “Si papito, no me voy a dormir”. Que domingos aquellos…

Por mucho tiempo, no tuve conciencia de ese sacrificio, hoy en día, mi Papá me sigue sorprendiendo con su disponibilidad y entrega para nosotros, es mi mayor ejemplo, es quien me enseño a sonreír aun con dos o tres noches de desvelo. Que felicidad la que tengo, al ver a mis hijos gozar de la ternura que mi Papá les brinda junto a la comandante; Que orgullo y satisfacción siento ahora, el alistar mis cosas para ir a cantar al lado de él; sin duda, aún me falta mucho para poder igualarlo, ya no se diga para poder superarlo.

Y cada vez que alguien en el teatro, en una fiesta, en el supermercado, en el banco o en la calle le grita “¡Que viejo!”, me lleno de orgullo, porque no solo reconocen su exquisita voz, y su carisma como artista, también reconocen la persona que es; Gracias a Dios y a la vida por mis viejos.

¡Qué viejo, mi viejo!

César Alfaro
Diciembre de 2008


Mi viejo y yo



¡Que viejo!



¡Que viejo!

No puedo expresar con certeza, el sentimiento que me invade saber que alguien perdió a un ser querido, personalmente creo no estar preparado para ese momento. Es muy difícil decir “Lo siento mucho” cuando no se ha pasado por ese dolor, por esta razón me cuesta expresar condolencias.

Con seguridad, al perder un ser querido, perdemos parte de nosotros mismos, pero al mismo tiempo quedamos con parte del ser que se nos adelantó; Recordemos entonces las cosas buenas de este ser; hagamos honor a todo aquello que con seguridad aprendimos de esta persona. Imitemos lo bueno y transmitámoslo a quienes nos siguen.

¡Mercy!, ¡Meco!, ¡Sigamos adelante!

Con mucho cariño y respeto
César Alfaro
Noviembre de 2008.



Mercy



Meco

El pasado 15 de Junio, la FreeBand ofreció el concierto "De regreso a los 50's Rock"
Aquí, algunas fotos:



César Alfaro
Noviembre de 2008.
El pasado 1 de Julio de 2008, se realizó en el Teatro presidente el concierto "Bolero Jazz" con la Platinum Orquesta.

Antes del concierto, la Orquesta posó en el Museo de Arte de El Salvador para esta foto:




César Alfaro
Octubre 2008
Gracias a todas las personas que han escrito a mi correo con sus comentarios, es sin duda un orgullo para mí, saber que la historia de la Comandante les ha gustado.

Saludos a todos!

César Alfaro
Octubre 2008

Un día de estos pase en mi vehículo frente al popular parque infantil, con el sol en la cara, un calor del diablo y un precioso congestionamiento vehicular, no tuve más que esperar a que el vehículo frente al mío se moviera, y la señora en dicho vehículo, solo tenía que esperar a que un autobús se moviera; así pues, detenido sobre la Juan Pablo II, escuchaba en la radio aquella canción “Piano Man” de Billy Joel.

En medio del contraste de la música, el sol, los vehículos y la gente a pie, atravesándose tan famosa alameda, me distrajo el famoso trencito que por años ha sido la atracción de dicho parque; en él, iban niños y niñas, gente adulta y hasta un abuelito que sin duda obedeciendo a los nietos gozaba de tan singular paseo. Sin pensarlo y por inercia, mi mente comenzó a traer a primer plano los recuerdos que tengo en ese parque; fueron tantas las imágenes que se volcaron a mi memoria, que de pronto me estaban pitando para que avanzara, el autobús ya se había movido y la señora del vehículo de enfrente iba ya unos 5 metros adelante; automáticamente, quite el pie del freno para que mi vehículo avanzara; en ese momento, ya no sentía mucho el sol en la cara, y el congestionamiento vehicular tampoco molestaba mucho, mi mente estaba ocupada con los recuerdos.

A medida avanzaba por la alameda, miraba por pedazos el parque, las ventas en la calle y los autobuses no dejaron ver mucho; “no importa” me dije, recuerdo perfectamente cada parte del parque, tenía en mi mente todo el recorrido de ese tren, cada una de las “ruedas”; recordé incluso el sonido de una que tiene caballos que halan un carruaje pequeño; cada una de esas “ruedas” tiene hasta hoy, la gran emoción de dar vueltas sobre su eje. Recordé unos pequeños carros y unos aviones en forma de sandia, todas sus zonas verdes, aparte, de una cantidad de “toboganes” o deslizaderos que tenía el parque cuando lo visitábamos frecuentemente con mi Madre y mis hermanos; pero dentro de todas las cosas en mi mente sobre el parque, recordé dos con mucho cariño y nostalgia; una de ellas era un bejuco que aun existe, y que se encuentra cerca del punto en el que las vías del trencito pasan sobre un puente con medios puntos, y es precisamente bajo uno de esos medios puntos que el trencito vuelve a pasar más adelante en su recorrido.

Justo en ese punto, un enorme bejuco ofrecía en forma clandestina todo lo que un mono araña pudiera desear para divertirse, y es que al verlo, la mente casi dibuja a un grupo de primates saltando de rama en rama, colgándose, saltando y haciendo travesuras; pero no, hace 25 años no eran monos los que ahí jugaban, éramos niños, y era la “rueda” perfecta, porque ofrecía más diversión que estar dando vueltas en los aviones en forma de sandia o en los caballitos; recuerdo que una pequeña división hecha con malla ciclón nos separaba de tan magnífico centro de entretenimiento, sin embargo, y como salvadoreños somos, nos las arreglábamos para meternos y así podernos subir al bejuco; y ahí andaba, cual mono con libre albedrío, junto a mis hermanos, y seguramente a la par de José, Pedro, Miguel, Roberto, Jaime, David, y que se yo tanto niño que disfrutaba junto a nosotros de ese preciado bejuco; Tanto fue el “pegue” del famoso bejuco que la maya ciclón desapareció, entonces teníamos vía libre para subirnos a él y divertirnos.

Mi Mamá, procuraba llevarnos al menos una vez a la semana con mis hermanos al parque, llegábamos temprano por la tarde y jugábamos hasta que los "pitos" o silbatos de los encargados del parque "arreaban" a toda la gente tipo 5 de la tarde, justo a la hora en que mi Papá que trabajaba cerca, salía de su oficina; y ya se pueden imaginar el cuadro, Mi Mamá caminando por la acera con nosotros de la mano, mis hermanos y yo, ¡con una facha! Como si nos habíamos “dado duro” con el camión de la basura, pero bueno, éramos niños, así que el “look” no era muy importante, después de todo, subirse al trencito y "cabrear" en el bejuco no eran actividades para no despeinarse; pero si eran el anhelo de llegar al parque.

“Que días aquellos” decía en mi mente, mientras seguía avanzando en mi vehículo, pero en eso recordé un evento que sin duda nos entristeció en aquellos días de niño, y es que la noticia salió en la televisión y en los periódicos: El tan querido trencito del parque infantil, ¡¡dejaría de funcionar!!, que tristeza, que frustración recuerdo haber sentido, pensé que aún tendríamos nuestro bejuco, pero sin el tren el parque ya no sería el mismo, y bueno, al parecer había problemas con el motor del trencito, en fin.

Llegamos en nuestra siguiente visita al parque y como todo niño curioso, queríamos ver el tren, lo chistoso es que pensando como niño, quizá esperábamos verlo sobre una cama, como enfermo, y gente atendiéndolo, recibiendo muchas atenciones; pero no, ahí estaba el trencito, inerte, sin movimiento, su motor ya no hacía ruido, el parque lucia igual, las demás "ruedas" con su ruido singular, los niños con algodones de azúcar, minutas, churritos y todo lo que los niños necesitan, el bejuco medio lleno, pero; ya no era lo mismo, es demás, que tristeza, así, pasaron las semanas y los meses; nosotros siempre íbamos al parque, y nos acostumbramos a ya no escuchar el motor del trencito, ni a verlo pasar.

Un día, mientras caminabamos hacia los "toboganes", vimos que los niños caminaban por donde antes pasaba el trencito; Mi mamá pregunto a uno de los encargados si eso era permitido y el humilde trabajador le dijo que se habían abierto las puertas para que la gente pudiera caminar por ahí, ya que el tren no pasaría en mucho tiempo; así que ni lentos ni perezosos “enganchamos” a mi Mamá a que camináramos por las vías del trencito; ella, que siempre andaba una mochila cargada con comida y bebida, acepto, y es que ¿En qué lugar estuvimos de niños con mis hermanos, que no haya estado mi Mamá o mi Papá? Mi mamá, que hasta la fecha tiene más energías que yo, andaba “carreriando” con nosotros, para arriba, para abajo, hombro a hombro, dedicándonos tiempo, pero tiempo con calidad.


En uno de esos viajes por las vías del tren tuvimos la idea de jugar a “Comando”, que no era más que la representación de una serie de televisión que daban en ese tiempo, basada en la II Guerra mundial; entonces, la gracia era conseguirnos unos palos largos para que fueran nuestros fusiles, y teníamos que montar un pelotón de soldados que según yo, iba obviamente a dirigir, y claro, mi razonamiento decía que por ser el hermano mayor, tenía que ser yo quien diera las órdenes, ¿Quien más que yo para ser el Comandante?; y justo cuando me disponía a dar mi primera orden, mi Mamá dijo con voz de mando: “Firmes soldados”, “hagan una fila”, “mochila al hombro y fusil listo”, “Vamos a correr hacia allá, porque tenemos que alcanzar al enemigo”, y diciendo esto, fue la primera en correr, y más detrás mis hermanos y yo, como pollitos, comenzamos a jugar y nos divertíamos tanto que de pronto se nos acercaron dos niños diciéndonos que querían jugar, y de la misma forma y con la misma voz de mando mi Mamá nos hacía sentir que realmente éramos soldados; la siguiente semana, no solo fueron dos niños los que se nos “pegaron” a jugar, fueron más, y con el tiempo muchos niños esperaban a que llegáramos con la comandante a jugar. Sin duda, este es el otro recuerdo que viene a mi mente con cariño y nostalgia.

Con el tiempo, arreglaron el motor del trencito, solo que éste no tenía la fuerza suficiente para hacer que el tren superara la parte inicial de su recorrido que era un poco inclinada, así que hacían retroceder el trencito con todos sus ocupantes, y en buen salvadoreño “Agarraba envión”, y por supuesto, ahí estábamos mis hermanos y yo, junto a la que por mucho tiempo fue nuestro comandante en el juego.

Hoy en día el trencito corre como nuevo, con una estación en la cual abordan niños, padres y abuelitos, el parque tiene la misma estructura que recuerdo cuando niño, visitarlo nuevamente me hizo volver a sentirme niño, fui muy feliz mostrándole a mi familia los lugares en los que jugaba cuando pequeño, nos subimos a todas las “ruedas” y por supuesto que también abordamos el trencito, y mientras viajábamos en él y pasábamos sobre sus vías, volví ya no a recordar, si no a vivir mi niñez, que fue maravillosa, la sonrisa en mi rostro era la misma que tenía de niño al ver a mi madre con la mochila al hombro y el fusil listo, la misma sonrisa que hoy tengo al recordar que cuando se acabaron los juegos sobre las vías, la comandante dejo de guiarnos en el juego, mas no dejo de hacerlo hasta el día de hoy en nuestras vidas.

César Alfaro
Octubre de 2008.



Recorriendo las vías por donde alguna vez corrimos junto a la Comandante




Los aviones en forma de sandia

Seguramente alguna vez vimos por ahí algún modelo a escala armado por algún profesional, recuerdo que de pequeño, me quedaba como tonto observando en alguna revista modelos en miniatura de barcos, aviones, automóviles y que se yo cuantas cosas más; con el tiempo, algunas tiendas del país comenzaron a introducir algunos de estos modelos hechos de un plástico resistente; el pasatiempo era todo un reto dependiendo del modelo que nos dispusiéramos a armar.

Uno de mis tíos durante su adolescencia tuvo este pasatiempo, invirtiendo mucho dinero en la adquisición de estos modelos, pasaba horas y horas trabajando en el armado de cada uno; sin dudarlo, el trabajo bien realizado tenía como premio un espectacular modelo en miniatura.

De niño, me acostumbre a ver cada modelo ensamblado por mi tío, era impresionante ver la cantidad de piezas pequeñas, las cuales tenía que ir ensamblando poco a poco, pegándolas y en muchas ocasiones, pintándolas, era un trabajo duro, pero lleno de pasión, entre todos los modelos pude ver como armo Jeep de la Segunda Guerra Mundial, helicópteros UH-1 como los utilizados en Vietnam, pero sin duda el modelo que más me impresionó fue el avión bombardero B-29 utilizado para lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, simplemente, una obra de arte.

Hace algunos meses, buscando información acerca de estos modelos, descubrí el Papercraft, y debo decir que desde ese día abandone la idea de comprarme mis primeros modelos de platico para armar, pero bien, y a todo esto…

¿Qué es el Papercraft?

Bueno según wikipedia, Papercraft es un método de construcción de figuras tridimensionales de papel, similar al origami. Sin embargo, difiere del origami en que sus patrones pueden consistir en muchas piezas de papel cortadas con tijeras y unidas con pegamento, lo cual en el contradice la filosofía del Origami que solo contempla doblar papel y nunca recortarlo o pegarlo.

Este arte se popularizo luego de la primera guerra mundial cuando varias casas editoras se empezaron a publicar modelos de la artillería Norteamericana y Alemana. Hasta hace poco solamente se conocían este tipo de modelos, pero a principio de 1980 el modelismo de papel incorporo también la creación de personajes de series de anime japonesas, dichos modelos en la actualidad son los más populares gracias a su atractivo.

Los patrones tradicionales en papel al ser susceptibles de ser convertidos en documentos digitales (bien mediante un escáner o creándolos de nuevo con programas de dibujo) tienen una fácil difusión como archivos de imagen (Jpg, Gif, Png....) o archivos de documento portable (pdf) incluyendo instrucciones y esquemas de montaje en la mayoría de los casos, para posteriormente ser impresos de manera cómoda en impresoras caseras en papel normal, restando tan solo recortar, doblar y pegar.

Desde que encontré este arte, comencé a investigar, y me di cuenta que mucha gente a nivel mundial es aficionado, incluso, hoy en día existen muchos lugares que venden modelos exclusivos, pero como todos sabrán, en el internet encontramos de todo. Los modelos de Papercraft van desde lo más sencillo que se pueden imaginar, hasta trabajos que no me explico cómo los hacen, simplemente impresionantes.

Si comparamos el producto final entre un modelo de Papercraft y un modelo de plástico, tomando en cuenta que ambos fueran armados con delicadeza, y los viéramos sobre una mesa, difícilmente notaríamos la diferencia entre ambos si nos los tocamos, obviamente, los modelos en plástico son mucho más resistentes, los modelos de Papercraft se pueden dañar más fácilmente por el material, pero el cuido ya depende de nosotros.

Lo bueno del Papercraft es que lo obtenemos más rápido, y claro, depende mucho de la calidad de impresión sobre el cartoncillo, así como la delicadeza en el corte y pega de las piezas.

Los Materiales

Bueno, son cosas que todos tenemos, Una superficie plana sobre la cual se trabajará, y donde se puedan hacer cortes con una cuchilla, Tijeras, pegamento, mucha paciencia y deseo de terminar el modelo, y claro, obviamente, nuestro diseño impreso sobre cartoncillo.

Aquí les dejo unos ejemplos con uno de mis temas favoritos: StarWars.

César Alfaro
Septiembre de 2008.

¿Quién no recuerda su niñez?, volver al pasado a través de nuestros recuerdos resulta grato sobretodo si de ellos obtenemos vivencias que nos ayudan a mejorar en los distintos roles que ahora desempeñamos, y me refiero a los roles más importantes: Padre(s), Esposo(a) e Hijo(a).

Para quienes tuvimos la bendición de contar con nuestros padres o uno de ellos, no será problema recordar cuando para todo los llamábamos, ¡Mamá tengo hambre!, ¡Compramelo Papá!, ¿Que manda Mamá?, ¿Si Papá?, estas son algunas de las expresiones que de niños usamos mucho, y como no va a ser así, resulta casi imposible pensar en una madre o un padre que no haga cualquier cosa por complacer y dar lo mejor a sus hijos. Como hijos sabemos que en nuestros padres siempre encontramos una solución, no importando si dicha solución elimina el problema de un niño o un adulto, el efecto es el mismo; el problema de un niño es igual de importante que el problema de un adulto, basta con ponerse en los zapatos de cada quien.

Lo cierto es, que nuestros padres siempre están ahí para lo que necesitemos, no importa el sacrificio que tengan que hacer, ellos siempre buscarán la forma, el modo, las palabras, lo que sea, pero con seguridad algo harán, no importa si el sacrificio implica abstenerse de cosas que necesiten, ni tampoco confrontar a alguien sin importar las consecuencias, Nuestros padres son capaces de tantas cosas que no terminaría nunca de escribirlas todas.

¿Qué sacrificio no? Si seguimos escudriñando nuestros recuerdos seguramente llegaremos a la conclusión que sea cual sea el recuerdo que traigamos a nuestra memoria en el cual estén involucrados nuestros padres, encontraremos siempre la palabra compromiso. ¡Si! Ahí esta, ¿no la ven? Esta justo a la derecha de la palabra amor, Si! y a la izquierda de la palabra ternura, ¿ya la vieron? Ahí por la palabra Comprensión, creo que hoy si, ya la vimos todos. Detrás de las caricias, los consejos y los regaños de nuestra madre y padre, esta el compromiso, el compromiso por hacer de nosotros hombres y mujeres de bien, por velar que nunca nos faltase el alimento, por darnos educación, por tratar de darnos las cosas que ellos jamás tuvieron, por estar ahí cuando los necesitemos, por forjarnos en lo que ahora somos, ¿Increíble no? El sacrificio es enorme pero ¿hasta cuando?, ¿Cuánto tiempo dura este sacrificio?, la respuesta la podemos encontrar cuando al ver a nuestra Mamá le repetimos las mismas palabras de niño: ¡Mamá tengo hambre!, y con seguridad nos contesta: “Tengo frijolitos y queso, te voy a tostar unas tortillitas, ¿cuántas queres?”, o seguramente encontraremos la respuesta al preguntarle a nuestro papá: “Papá, ¿Crees que me podes hacer el favor de ir a traer a Carlitos al Kínder?” y que también con seguridad nos contestará: “Mmmm, mira tengo un mandado que hacer, pero no te preocupes voy después de ir por Carlitos”. El deber de los padres no termina Jamás, creo que la mayoría de nosotros entendemos esto hasta que tenemos nuestros propios hijos, ¡Es que todo es mas claro! Nos toca adoptar el rol que siempre fue nuestro salvador, hasta entonces muchos de nosotros somos capaces de reconocer y entender el sacrificio realizado por nuestros queridos viejitos.

Aprovechemos entonces la sabiduría de ellos, saquémosle el jugo a cada vivencia junto a ellos, el ejercicio de los recuerdos de nuestros padres es la herramienta perfecta para apoyarnos en la vida. Si pensamos en la forma que nuestros padres actuaron ante una situación igual a la que de repente enfrentemos, deberemos de tomar lo bueno y desechar lo malo, ¡claro! Nuestros padres no son perfectos, hicieron lo mejor que pudieron, cometieron errores y salieron adelante ya que como dijo Rubén Blades: “El amor de padre o madre no se cansa de entregar”.

Es nuestro deber entonces no cometer los mismos errores con nuestros hijos, así, fortalecemos el mayor de los sueños que una madre o padre pueda tener y ese es el verse superado por sus hijos, este es el mejor premio a todo el sacrificio realizado por ellos. Al nacer nuestros hijos, firmamos un contrato con la vida de tipo permanente, ese contrato es el mismo que firmaron nuestros padres y será vigente toda la vida. No nos olvidemos de nuestros queridos viejitos, no esperemos el día de la madre o el día del padre para demostrar nuestro amor y gratitud, seguramente les haremos inolvidable el día si de repente los abrazamos y les decimos “Mamá, Papá, gracias por todo su amor, sacrificio, compromiso y entrega”, ¿Cuesta mucho? no lo creo, en su defecto, un abrazo sincero a nuestra madre y una palmadita en el hombro a nuestro padre pueden alegrarles el día.

César Alfaro
Marzo de 2005.

NOTA: Articulo preparado para la revista Infoespacio en el año 2003, y que con mucho gusto comparto ahora con ustedes.
Bueno, ya antes había tenido la intención de escribir algunas cosas y compartirlas, sin embargo, siempre puse como excusa el tiempo, pero el tiempo uno lo hace para cada cosa,y bueno, me decidí a crear este Blog en el que iré publicando un poco de todo.

Es mi deseo, escribir y compartir algunas anécdotas que siempre he querido poner en algún lado, para que no queden solo en mi mente y mis recuerdos, ¿Con que finalidad?, quizá solo la de dejar a mis hijos, mi esposa, mi familia y amigos, una parte de mi pensamiento, mis ideas, mis aficiones, mis locuras y todo aquello que mi corazón me permita compartir.

Saludos a todos…

César Alfaro
Agosto de 2008.